XII

La natación es de naturaleza alegre, estimulante, porque permite una modificación profunda gracias al contacto con el medio acuoso; el estado sólido, que por unos momentos establece un diálogo con el líquido elemento, se olvida de que pesa, de la pesadez. Nadar es estar en el mundo de otra manera. No obstante, esta ligereza feliz ligada al agua, al chapoteo, a las salpicaduras, se desarrolla en un verdadero mar de lágrimas, porque el agua de las piscinas se ajusta al pH de las lágrimas, 7,4, para intentar paliar las irritaciones oculares.

XI

AL ir a cruzar el semáforo, una mujer de pelo azabache, con un vestido negro vaporoso hasta las rodillas, ceñido a la cintura, entallado, y con botas negras, se puso a su altura. Entonces la vio. Durante unos segundos dejo que la belleza bañara sus ojos; abrió y entrecerró los párpados varias veces. Giró la vista al frente y empezó a andar, sin mirarla. No sabía si estaba huyendo o confiando en que todo no acabaría aquí; la suerte estaba de su lado, podía oír con una nitidez sorprendente, a pesar de la multitud, el sonido de la suela de goma de sus botas al rozar el suelo. Cerca. Siguió caminando acompañado por el paso rítmico; no veía nada, se negaba a mirar atrás, le perseguía el espectro audible de una belleza inalcanzable, que no quería mancillar.

X

Caminar por los diferentes tipos de terreno provoca una serie de sensaciones físicas, una acción directa de la estructura del suelo sobre el sistema muscular, que a su vez se reelaboran y transforman en estados ligados de conciencia. Al andar por el asfalto, una superficie homogénea, nivelada y abstracta, no tarda en aparecer, junto a cierto entumecimiento de los músculos de las piernas, un sopor característico, una especie de cansancio, un aburrimiento como exponente de reiterar(se) en lo mismo, de seguir adelante sin perspectivas de cambio. Mientras que un camino lleno de piedras y rocas, plagado de matojos a sus bordes, heterogéneo, desnivelado y concreto, funciona como un auténtico estímulo físico y mental, transmite una variedad de sensaciones que cambian a cada instante, nunca es el mismo, es diferente a cada paso. Para el caminante siempre es odioso transitar por carreteras o aceras, dada su pobreza en experiencias, su tono monocromático, y una fuente de alegría volver al camino sin asfaltar. Una de las decisiones que hay que tomar a diario es cuándo y por dónde encaminamos los pasos, vigilar qué pisamos. Andar no es una actividad fútil ni un medio para alcanzar un objetivo, es un acto que vale por sí mismo como experiencia central.

IX

Un programa de mínimos acerca de la existencia debería evitar la insensibilidad, llegar a un grado tal de aturdimiento que equivalga a una anestesia sensorial. Nadie debería estar tan ajeno al mundo cómo para no sentir las variaciones de una ligera brisa en la cara, el flujo y el reflujo del aire en su infinidad de matices, las pausas, los torbellinos en miniatura que escalan el rostro como si fuera una ladera cuesta arriba. Por unos instantes, el cuerpo entero se convierte en una veleta humana, de carne y huesos, sometida a un pincel eólico que crea una obra efímera e incorporal en la superficie de los cuerpos, interacción entre las moléculas en movimiento y los poros de la piel. La hierba a su alrededor también participa del juego.

VIII

El momento de la verdad no tiene por qué pertenecer al dominio de las relaciones íntimas; la desnudez es aparente y el contacto se basa en un profundo desconocimiento entre los cuerpos, está cubierto por el velo de la ilusión. Para la mayoría de los hombres, la eyaculación sigue siendo todavía un momento de especial importancia, cargado de un valor casi trascendente y reverencial; en consecuencia, creen que esta visión, que tiene su centro en el falo, es compartida y experimentada por el otro sexo. Nada más lejos de la realidad. Si se pregunta a un grupo de mujeres si alguna vez han notado en su interior el momento exacto de la emisión del semen, no podrán menos que poner cara de sorpresa, esbozar una sonrisa o reír abiertamente ante la ingenuidad o la sobrevaloración que denotan estas palabras. Por su parte, tienen serias dudas de que durante una doble penetración, por ejemplo mediante los dedos y el falo, el sentido del tacto actúe entre las dos vías de entrada y permita percibir desde un lado lo que pasa al otro lado. En el fondo, piensan que todo es fruto de la imaginación, cuando no una exageración del género masculino. Como culmen de esta situación de ignorancia mutua, el campo de las relaciones entre el mismo sexo, potencia esta serie de suposiciones y transposiciones, se vuelve realmente divertida e ingeniosa y alcanza cotas insuperables.

VII

El diseño de los espacios se adapta con mucha dificultad a los usos y necesidades del cuerpo; el trazado de las líneas maestras, la construcción de las edificaciones y la división de las plantas en áreas geométricas predeterminadas no tiene en cuenta la vida como elemento final del medio artificial creado. La habitabilidad, el ordenamiento del tiempo y el espacio según modelos abstractos, bajo exigencias económicas y de dirección de la conducta, es contraria a la cohabitación del constructor viviente y lo construido inanimado. La arquitectura trabaja de espaldas al tiempo de los cuerpos, al espacio plástico y variable de la materia orgánica, ya sea en las viviendas, los establecimientos comerciales o las grandes superficies. Pero el cuerpo tiene sus propias formas de ganar la partida al espacio no deseado. Una chica queda con un grupo de amigos para ir a comer a una hamburguesería; a continuación, van a los probadores de una conocida tienda de ropa a practicar sexo en grupo, mientras algunos de ellos lo graban con móviles. El remate del día es saltar las taquillas giratorias del metro para entrar sin pagar. El uso, en todos estos casos, desborda las previsiones y la finalidad proyectada, va más allá del proyecto y con ello se acerca a la vida, al ejercicio del cuerpo como esfera de libertad, creación y placer. 

VI

La mente, el cuerpo y el mundo alcanzan durante una caída accidental, no premeditada, y tanto más cuanto mayor la altura, una especie de fusión, una armonía discordante, dislocada, difícil de lograr por otros medios. Los límites entre el objeto y el sujeto se desvanecen, la división se abole, caen los muros de la conciencia disueltos en una nube de percepciones heterogéneas, torbellino de sonidos, imágenes, olores y materia desmenuzada. Todo sucede tan rápido, a una velocidad tan elevada, más allá del umbral de reacción, que, a pesar de los desgarros de la piel, de las contusiones, casi no se percibe la sensación del dolor. La gravedad invita al abandono, a caer y dejarse caer, a modo de episodio de vértigo provocado donde todo gira y no para de dar vueltas, pérdida radical de la verticalidad y el sentido de la orientación. El accidente afortunado se revela una forma extrema de experimentación y exploración del espacio, escenario con sombras de muerte, plagado de riesgos mortales.

V

Frente a la pantalla del televisor o del ordenador, se produce un fenómeno paradójico, un extraño estado corporal y anímico, combinación de una agitación paralizante o un reposo agitado. La intranquilidad característica no se traduce en movimiento o en acción, no tiene un objetivo ni una finalidad aparente; el cuerpo permanece como clavado en el lugar, en un estado de nerviosismo contenido cercano a la catalepsia, que recuerda a la falta de control del cuerpo en los primeros momentos al despertar de la anestesia, unida a una conciencia de estar despierto. Estar sin poder hacer (nada). En el mundo de la experimentación con animales, un caso similar aparece en una forma mutante de Drosophila; la alteración del canal de transporte, mediante el potasio, denominada canal shaker del potasio, provoca un comportamiento excitable, hasta el punto de que incluso las moscas anestesiadas se continúan agitando. El usuario de la máquina sufre una mutación tecnológica parecida, un estado de agitación extrema, incontrolable, próximo al trance, desde el instante en que el monitor se ilumina; la anestesia sigue una vía que no es oral ni subcutánea, va directa al cerebro a través de las ondas luminosas. El cuerpo se enciende y se apaga al ritmo frenético, aunque soporífero, que marca la alimentación del aparato y la sucesión de las imágenes y los sonidos. Dormidos no paramos de movernos.

IV

Un almendro se transforma en un cuerpo vegetal sonoro, espectáculo visual y acústico, cuando los enjambres de abejas vuelan a su alrededor y liban en sus flores. El zumbido equivale a música celestial; el olor, a néctar de los dioses. Una forma de abandono del contemplador, más allá de sus límites, es focalizar la atención en el árbol hasta que la cabeza, por efecto de la presión interna y la atracción externa, se expanda, disuelva en el medio, y penetre en la corteza. Una vez dentro, prosigue su viaje hasta llegar a la médula, asciende por los tubos de la savia en dirección a los extremos de las hojas, siente el calor del sol que reciben, y alcanza por último la corona de las flores, agitadas por el tenue viento que provocan las alas de los insectos, olor mareante. Todo lo de adentro pasa a afuera, vaciado de la sustancia del cuerpo y de la cabeza, ramificación psíquica y sensorial, que combina la imaginación, el deseo y los sentidos

III

La santidad, las formas de martirio y mortificación del cuerpo, deberían ser objeto de especial atención y de revisión continua. Bajo un cielo gris y plomizo, una figura femenina, desnuda, cubierta tan sólo por una gabardina, tambaleándose, asciende a duras penas por unas rocas, mientras las olas salpican su cara; como lleva tacones, tropieza más de una vez, está a punto de caerse, pero logra conservar el equilibrio. Sigue el ascenso sin desfallecer, hacia el camino que bordea la costa; su largo pelo rubio es agitado por el viento, la carne rosada, el vello púbico, contrasta con al dureza del mineral que la rodea por todas partes, mar sólido de aristas cortantes. A medida que la elevación sobre el terreno la conduce a su destino, la actriz porno, muerta de frío, después del número de sexo al aire libre que acaba de realizar, se acerca a las cámaras y al micrófono de la entrevistadora que la esperan arriba. Nada más llegar, aterida, con el rimel corrido, los labios rojos despintados, tiritando, apenas oye qué le preguntan y casi que no puede hablar. En un susurro, más que con palabras, responde que no está muy bien pagado, y sí, sí que tiene mucho frío.

II

El contacto físico crea relaciones duraderas e intensas; este hecho lo saben muy bien el amante y el amado, la madre y el bebé, para su bien, o, en un sentido contrario, el torturador y su víctima, para desgracia de ambos. Los nexos entre lo físico y lo psíquico son inextricables, un laberinto que toma mil formas y se modifica a cada instante. Un transeúnte cualquiera recibe un golpe tremendo, en toda la cara, se tambalea, cae de bruces al suelo; entonces, sin mediar tiempo, duda entre emprender la huida o responder al ataque, lanzarse contra el agresor, quizá piensa o imagina que piensa lo que va a hacer antes de hacerlo. Empieza a sangrar, pero es muy difícil determinar el origen del titubeo, si duda el cuerpo o el alma, si la decisión parte de dentro o de fuera. Al recorrer el camino inverso, de lo psíquico a lo físico, aparecen una multitud de síntomas y signos encabalgados, dolor, palpitaciones, sudoración, aceleración del ritmo cardíaco, herida abierta, correlativos, a modo de reverso del guante, a miedo, angustia, desorientación, incluso pérdida de la conciencia si el golpe ha sido lo bastante fuerte. Una acción siempre es múltiple, seguida de las reacciones correspondientes, y difumina los límites de lo orgánico y lo mental, invalida todo estatuto excluyente, oscurece las vías de comunicación. El verdadero sujeto del acontecimiento, así como la naturaleza del acto, retroceden al infinito, se alejan, cada vez que la investigación avanza; las pistas conducen a un callejón sin salida. Las motivaciones quedan aparte; el transeúnte anónimo, inconsciente en el suelo.