IV

Un almendro se transforma en un cuerpo vegetal sonoro, espectáculo visual y acústico, cuando los enjambres de abejas vuelan a su alrededor y liban en sus flores. El zumbido equivale a música celestial; el olor, a néctar de los dioses. Una forma de abandono del contemplador, más allá de sus límites, es focalizar la atención en el árbol hasta que la cabeza, por efecto de la presión interna y la atracción externa, se expanda, disuelva en el medio, y penetre en la corteza. Una vez dentro, prosigue su viaje hasta llegar a la médula, asciende por los tubos de la savia en dirección a los extremos de las hojas, siente el calor del sol que reciben, y alcanza por último la corona de las flores, agitadas por el tenue viento que provocan las alas de los insectos, olor mareante. Todo lo de adentro pasa a afuera, vaciado de la sustancia del cuerpo y de la cabeza, ramificación psíquica y sensorial, que combina la imaginación, el deseo y los sentidos