XXI

Algunas de las prácticas más extremas de la pornografía hardcore, como la felación con asfixia por obstrucción de la nariz o la introducción de objetos de gran tamaño por vagina y ano, parecen escenificar una prueba de resistencia de la materia viva, intentan mediante todos los medios llegar a los limites del cuerpo e, incluso más allá, superar, trascender la propia existencia corporal. La esperanza, la utopía de la creación de un nuevo cuerpo glorioso, a partir del martirio y la desintegración, privado de toda utilidad, inútil por completo, inoperante, que dan a la pornografía un cariz religioso, de creencia llevada al absurdo, también representa, desde otro punto de vista, el esfuerzo desesperado por resucitar un cuerpo muerto, estereotipo viviente, que ha perdido toda espontaneidad y sensibilidad. Dado que no siente nada, ni lo más insignificante, que su umbral de percepción ha caído en picado, es necesario despertarlo, revivirlo de la manera más brutal y contundente posible. Sólo así siente algo, conducido a un estado de excepción corporal, quien ya no es capaz de sentir sin más, todo aquello que le rodea. La virulencia de la acción, la excepcionalidad, da fe de un embotamiento de los sentidos, es la prueba de la imposibilidad de tener un cuerpo. Una consecuencia lógica es la exaltación del cadáver como verdadero cuerpo; el muerto viviente, el residuo de la vida, resulta ser al final el único modelo de vida humana. La muerte como espejo de una vida agonizante.