VI

La mente, el cuerpo y el mundo alcanzan durante una caída accidental, no premeditada, y tanto más cuanto mayor la altura, una especie de fusión, una armonía discordante, dislocada, difícil de lograr por otros medios. Los límites entre el objeto y el sujeto se desvanecen, la división se abole, caen los muros de la conciencia disueltos en una nube de percepciones heterogéneas, torbellino de sonidos, imágenes, olores y materia desmenuzada. Todo sucede tan rápido, a una velocidad tan elevada, más allá del umbral de reacción, que, a pesar de los desgarros de la piel, de las contusiones, casi no se percibe la sensación del dolor. La gravedad invita al abandono, a caer y dejarse caer, a modo de episodio de vértigo provocado donde todo gira y no para de dar vueltas, pérdida radical de la verticalidad y el sentido de la orientación. El accidente afortunado se revela una forma extrema de experimentación y exploración del espacio, escenario con sombras de muerte, plagado de riesgos mortales.