IX

Un programa de mínimos acerca de la existencia debería evitar la insensibilidad, llegar a un grado tal de aturdimiento que equivalga a una anestesia sensorial. Nadie debería estar tan ajeno al mundo cómo para no sentir las variaciones de una ligera brisa en la cara, el flujo y el reflujo del aire en su infinidad de matices, las pausas, los torbellinos en miniatura que escalan el rostro como si fuera una ladera cuesta arriba. Por unos instantes, el cuerpo entero se convierte en una veleta humana, de carne y huesos, sometida a un pincel eólico que crea una obra efímera e incorporal en la superficie de los cuerpos, interacción entre las moléculas en movimiento y los poros de la piel. La hierba a su alrededor también participa del juego.