XIV

La muerte del hombre, un hecho consumado desde que la tecnología, mediante el uso telemático de perfiles y etiquetas, y la biología, con las pruebas de ADN y los tests biométricos, han vuelto irrelevante, suplantado la identidad personal, era sólo el preludio de algo mucho peor: la muerte del cuerpo. Todos los intentos de reanimación artificial, representan una especie de contagio del cuerpo histérico de la mujer, según las teorías en boga en el siglo pasado, a la sociedad entera. Está en marcha una histeria colectiva corporal. El final anunciado es la parálisis, la rigidez extrema. Hemos perdido el cuerpo, ya no sabemos lo que es tener un cuerpo; los sentidos están anulados, embotados. Visión nula; colapso de las sensaciones. Cuanto más aparece el cuerpo como un residuo, un apéndice inútil para la cibernética, la informática y la genética, más empeño se pone en mantenerlo con vida, en resucitar el cadáver. Desde este punto de vista, el culto al cuerpo desaparecido es el punto de unión de empresas tan dispares como el auge de la dietética, el culturismo, el deporte, sobre todo el extremo, la pornografía, la moda de los tatuajes y las películas de terror. Todas estas prácticas crepusculares están empeñadas en conjurar la pérdida, en resucitar el cuerpo a cualquier precio y en proclamar la vida del rey muerto. Mirad cómo luce; mirad cómo goza; mirad cómo sufre. Pero no hay nada que ver. Es el tumulto propio de un cortejo fúnebre. Por todas partes imágenes de cuerpos perfectos, gozosos hasta el desmayo, o, por el contrario, de cuerpos mutilados, desmembrados, descuartizados, el ojo que sale disparado e impacta en la pantalla del espectador. Tanto da. Se trata de demostrar por las buenas o por las malas que el cuerpo existe. El imaginario de la belleza, del horror o del placer es un intento desesperado de reencarnar una carne disuelta, licuada, en los registros digitales y bancos genéticos. Cuanta más sangre, más esplendor y más lujuria, más fantasmático se vuelve el cuerpo, como si un experto limpiara la escena del crimen, hiciera desaparecer el cadáver sin dejar huella. Lo mejor que podemos hacer no lo hemos hecho nosotros, ni podemos hacerlo: estar vivos; tener un cuerpo.